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Foto del escritorSergio Contemori

REVISTA SOCIEDAD │ DAR LA PALABRA

Águilas en corrales

Alguna vez en el mundo la escritura fue algo por llegar. Y la tinta. Y el papel. Y los documentos, las plumas, los sellos, el acto de firmar. Alguna vez faltaron los modos materiales de dejar asentado un acuerdo como para garantizar su cumplimiento. Aun así, personas establecían pactos y tratados, y respetaban contratos. Alguna vez en el mundo la gente acordaba de palabra. Era más valioso el acto de dar la palabra que otro método de resguardo.

Sucedió hace miles de años, nada próximo a nuestro mundo de búsqueda de antecedentes y papeles, firmas digitales y huellas, cláusulas y previsiones en caso de incumplimiento. Pareciera ser que hoy la palabra, por si sola, es insuficiente para garantizar que un convenio o una negociación sean respetados. En innumerables ejemplos, con dar la palabra no alcanza.

¿Además del plano profesional, puede trasladarse esta mirada, por ejemplo, a la promesa matrimonial? Tal vez. Lo cierto es que, aunque personas firmen actas y declaren oralmente su compromiso, andanzas y secretos por fuera del matrimonio suceden. Desde ya, hablamos de las personas para quienes el casamiento por civil, frente a una autoridad oficial, es algo de valor.

¿De cuánto valor es mi palabra hoy? ¿Qué significa para mí que alguien me dé su palabra? ¿Qué quiere decir dar la palabra? Podría considerarse una extensión de la persona que la brinda, inseparable de la personalidad, el carácter, la historia, los intereses, los compromisos de cada quien. ¿Podrían ser distantes la calidad de la palabra de la calidad de la persona que la pronuncia? ¿En mí, resuenan de la misma manera la palabra de quien ya me ha demostrado lealtad que la de quien ya me ha demostrado no tenerla? Dar la palabra habla más de quien la da que de quien la pide.

Contratos, alquileres, negociaciones, sociedades; el mundo profesional, laboral, y otros mundos, además del marital. Allí está esa clase política argentina que ha hecho estragos en nuestra historia, voto de la mayoría mediante. ¿Cuánta palabra tienen quienes son o han sido precandidatos, algunos que después de ser electos destrozan con el codo lo que escribieron con la mano? Mujeres y hombres que prometen a voz batiente integridad, resolución de problemas y mejoras, y después si te he visto no me acuerdo.

Mucho más que lo dicho, la palabra son los hechos. Mucho más que las frases remanidas, la palabra es quienes somos cuando hacemos. ¿Podemos seguir creyendo en quienes incumplieron promesas una y otra vez?

En un mundo roto volver a dar la palabra y ser consecuentes al respecto tal vez sea uno de los actos más disruptivos, poderosos, necesarios y urgentes en pos de soldar las fracturas sociales y retornar de crónicos hechos de descomposición nacional.

¿En la palabra de quién confío? ¿A quién me permito creerle su palabra?

¿Y yo? ¿Soy creíble? ¿Soy confiable? ¿A cuánta distancia están mi ser y mi parecer? ¿Mis hechos respaldan mis palabras o son dos márgenes paralelos que ni en el infinito se tocan? ¿Mi intimidad es una continuación de la palabra que doy, o una interrupción? ¿Dónde está la gente de palabra? ¿Llegan a ocupar puestos públicos?

Podrán optimizarse las maneras para garantizar el cumplimiento de pactos y acuerdos, sin embargo, si en nosotros no es verdadero el compromiso de cumplir nuestra palabra, seguiremos así, tal como estamos. Aunque podamos sentirnos como águilas en corrales, cumplamos nuestra palabra. Seamos personas de palabra.

Por Sergio Contemori

IG @sergiocontemorioficial

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